Hace unos meses, en París, el país vecino, unos radicales locos (porque no tienen otro nombre) se dedicaron a quitar vidas por todo París.
La siguiente semana fue una locura, policías buscando por todos los rincones a los posibles locos que no se habían matado aún.
Francia se declara en estado de emergencia y saca el ejército a las calles.
Bélgica se declara estado de emergencia y hace lo mismo.
España, en plena campaña electoral, sube la alerta a nivel 4 de peligrosidad.
A la semana siguiente, media Europa, Estados Unidos y Rusia, se unen a Francia para el contraataque.
Pero no nos damos cuenta.
Allí, también caen inocentes. También mueren niños, mueren padres y madres.
Hoy, ha sido en Bruselas la que ha sufrido dos ataques terroristas.
Se puede agradecer que hoy la suerte ha sido otra y no ha llegado a causar tanta desgracia, pero ha podido hacerlo.
Todo esto ocurre simultáneamente a unas elecciones en las que uno de los países más poderosos del mundo tiene como cabeza de uno de los partidos más importantes a un magnate asqueroso, xenofobo y racista con el que nadie en este mundo estaría a salvo si gobernase.
Lo bueno que tiene mi pasión la historia es la capacidad que te da ésta para ver dónde se están volviendo a cometer los mismos fallos. Y esto, cada vez más está tomando características de guerra, lo malo es que ahora no se pelea con espadas sino con armas nucleares y biológicas.
Y el mundo, ahora mismo, tiene miedo.
Pero no a los locos, sino a los dirigentes poderosos, a los que llamamos las potencias mundiales, porque son ellos los que poseen las armas para que ocurran las desgracias.
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