Lo malo de llevar siempre la procesión por dentro, es que llega un momento en el que no puedes estar solo.
No puedes, porque cuando lo estás tus demonios te devoran.
Tus demonios salen de donde los tienes escondidos.
Salen para comerte poco a poco, para torturarte una vez más, entonces...
Entonces no te queda más remedio que tratar de ser fuerte, intentar volver a agarrarlos, tratar de pararlos, pero ya no puedes.
No puedes porque ya eres débil y ellos no están dispuestos a darte una tregua y entonces te das cuenta.
Sí, te das cuenta de que tus demonios son solo culpa tuya, que los tienes dentro porque te empeñaste en encerrarlos para dejar pasar el asunto o para olvidar algo, sin percatarte de que así sólo conseguías ir aumentando tu dolor.
Un dolor realmente desgarrador, un dolor inevitable, un dolor que cada vez soportas menos.
Pero ya no tiene solución, tú elegiste tener dentro esos demonios, por lo que fuese: por evitar un conflicto, por evitar lágrimas. Llevándote la peor parte, para variar.
Pero no todo es tan oscuro, y aunque estés débil aún los puedes combatir, claro que puedes, rodeándote de sonrisas, de cariño, de amor, de momentos bonitos, de las cosas buenas que te suceden, guardando todo esto junto a los demonios los mantienes callados.
Pero mi intención tampoco es engañarte, los demonios, son lo que son y salen por mucho que lo intentes mantener callados y quietos, llega un momento en que se aburren y salen.
Y cuando salen, no puedes hacer nada.
Cuando salen es demasiado tarde.
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