Tengo la mala costumbre de empezar a conocer a la gente cuando están pasandolo mal por algo.
Cuando necesitan ayuda.
Tengo la mala costumbre de tener debilidad por las personas que no están bien.
Eso es así.
Pero tiene su razón, y es que me gusta ayudar, llamadme rara.
Me siento útil y es más fácil que una persona te empiece a querer cuando estas curando sus heridas. Es más fácil llegar a ellas.
Cuando eres quien está agarrándole la mano cuando tiene miedo o cuando le estás abranzando para que tu fuerza se una con la suya, porque esta flaquea. Cuando eres el pilar en el que se sostiene porque los suyos se ha derrumbado.
No puedo permanecer inmune al sufrimiento ajeno.
No soy capaz ver a una persona llorar.
Me mata la injusticia.
Siempre digo que creo que mi misión en la tierra es ayudar a las personas.
Y es que, realmente, me veo con esa misión.
No hay muchas personas que entiendan la palabra incondicional y transparente porque no la practican.
Yo ayudo a cambio de nada y si de paso me llevo una sonrisa, ya me considero rica.
Pero las personas no se dejan ayudar si no confían en la persona que intentan aliviarles el dolor y eso es aún más sencillo. Hay que ser transparente, no mentir, no ocultar, ser hermano de la sinceridad más absoluta.
Si mientes a un alma herida haces que no confíe en ti y que prefiera seguir con su herida antes de dejarte curarla.
Es sencillo, amigos, sed vosotros mismos sin ocultar nada, sin inventar nada y, sobre todo, sin esperar nada.
Esa es la clave para recibirlo todo.
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