¿Cómo se puede ser guerra y paz a la vez?
Eso es lo que me pregunto desde la primera vez que te vi dormir.
Cuando estás despierta, normalmente, eres un torbellino imparable.
Cuando esos nervios tuyos se activan no es fácil conseguir calmarte...
aunque yo conozco remedios para ese nerviosismo que llevas dentro.
Eres un no parar incansable con energía para agotar a un regimiento entero.
E insisto, tengo mis claves para frenarlo,
aunque, a veces, no son suficientes.
Para entender la otra cara de la moneda es necesario verte dormir.
Hace falta verte dormidita para entender cuál es el verdadero significado de la paz.
Como dijo Mónica Gae sin conocerte, pero hablando de ti:
"El día en que la veáis dormir entenderéis
de que van los tratados de paz".
Y no vamos a hablar ahora de la manía de muchos poetas de hablar de ti sin conocerte...
Pero verte dormir es comprender la calma y la paz.
Sólo hay que ver tu carita de tranquilidad
con tus ojitos cerrados y tus nervios descansando
para entender que si te vieran así no existirían guerras ni conflictos.
Y puedo llevarme horas hablando
de cada vez que me despierto antes que tú
y pido que tardes en despertar
para poder disfrutar de la paz de verte dormir.
Aún así no es una cosa fácil de conseguir.
Yo soy tan afortunada que no sólo te he visto dormir,
también he visto cómo sonríes y quieres mientras duermes.
Dormida, de repente, te aferras a mí,
como un koalita y cuando lo haces, sonríes y eso...
Eso es felicidad pura.
Y yo, cada vez que lo haces,
entiendo que hay formas y formas de querer
pero que la tuya es única.
Cada vez que te veo dormir entiendo
que después de la guerra
siempre viene la paz
y que no hay mayor suerte
que tenerte
(sobre todo,
tenerte cerca).
Fotografía de Miriam Castañeda