miércoles, 20 de enero de 2016

Constantly in change


Hoy vengo a hablarte de nuevo.


Me asombro al ver cómo ha pasado el tiempo por ambos.

¿Sabes?


 Ya no te veo en tus fotos, no te reconozco.


Eres otra persona, totalmente diferente a la que yo conocía.
La gracia es que miro en mis fotos y tampoco soy la de antes, para nada.
Miro las primeras fotos y, al lado de las últimas, tampoco tienen nada que ver.

Pero, claro, la explicación está en que cuando una persona está en tu entorno, no ves el cambio sino que lo vives.
Por lo que no parece cambio, sino evolución.

Esto va por fases. Es sencillo.
¿Sabes qué pasa?
Fácil, simplemente somos seres en constante cambio.

¿Qué otra cosa podemos esperar de seres hechos, en su mayor parte, de agua?


La vida, nuestras vidas, es un tren de alta velocidad en marcha.

En algunas fases quería que volvieras.

Quería la oportunidad de volver a tenerte de frente.
Quería que retrocediera el tiempo.

Quería cualquier opción que te trajese a mi lado.


Sin darme cuenta de que el tren no espera a nadie, llega a la parada y si no hay nadie sigue su camino, sin más dilación.

Y de todas las fases posibles, ya esto no tiene solución.
Esto ya está en fase terminal, está muriendo, le quedan 3 telediarios. 
Y sé que me da igual volver a tenerte de frente, porque la persona que yo quería junto a mí ya no existe.

La persona que te quería a su lado, parecía yo, pero ya tampoco existe.
Todo ha quedado reducido a simples delirios que vagan por mi mente.
Delirios que padezco cuando la tristeza se apodera de mí.


Así que, el diagnóstico es claro, señores:

Está condenado a la extinción.

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