Nunca nada me supo tanto a zumo de limón.
Nunca estar en mi sitio me resultó tan desagradable.
Nunca estar en familia hizo tantas llagas.
Al principio, pensé, sería cuestión de unos días negros.
Los días negros se convirtieron en semanas negras.
Pero las semanas llegaron a ser meses.
Cuando la pérdida es de tu propia sangre, no se mira con los mismos ojos.
Cuando lo que se te va es un trozo tan grande de tu vida, no existe solución.
¿Sabéis?
Creía, verdaderamente, que nunca me pasaría.
Que simplemente no me llegaría a mí tal momento.
De repente, la vida va y te quita un muro de carga.
Y el edificio se derrumba por completo en efecto dominó.
Cada vez cuesta más trabajo recomponer el edificio.
Cada vez hay menos apoyos sobre los que levantar el techo.
Cada vez flaquean más las fuerzas.
Quiero pensar que, en cualquier momento, el negro pasará a ser, simplemente, oscuro.
Que poco después del oscuro, pasará al gris.
Y, una vez pasado por el gris, llegaá el color y la luz.
El problema está en que por dentro, está negro pero, por fuera, parece que hay color.
La cosa es que yo sonrío porque, en estos casos, llorar es lo más fácil.
Y a mí me gustan los retos