Hay días en los que es necesario reflexionar.
Hay días en los que, nada más abrir los ojos, tomas consciencia de que nadie está a salvo de la muerte en ningún momento.
En esos días te planteas mil millones de cosas en las que gastas tu tiempo. Te replanteas hasta las cosas que más te apasionan en la vida.
Una persona sabia que conozco siempre dice que la reflexión y la meditación nunca está de más, de vez en cuando.
En esos días pienso tan intensamente y urgo tanto en todos y cada uno de los sitios de mi mente que, como no podía ser de otra manera, acabo liberando a los demonios sin darme cuenta.
Antes de que me de lugar a reaccionar estoy perdida.
Los demonios me agarran y empiezan su particular fiesta en la que se apoderan de mis sentimientos dejándome aturdida y sin lugar a dar marcha atrás no me queda otra opción que rendirme a sus crueles caprichos y dejar que se debiliten.
Y entonces encerrarlos.
Los demonios, al fin y al cabo, son míos.