Todas las mañanas, desde que no estás cerca...
todas, sin excepciones,
nada más despertar
voy a mirar por mi ventana.
Sí, lo hago todos los días desde que te fuiste.
Te preguntarás para qué.
Hasta yo me lo pregunto, a menudo.
No obstante, no sabría dar una razón ni lógica, ni acertada.
A veces, creo que es una manera de buscarte, de sentirte más cerca.
Cuando despierto y voy a mirar por mi ventana,
recorriendo los mismos cinco pasos que tú,
te siento en casa de nuevo.
Y creo que cuando lo hago lo único que busco
es conocerte más y me paso un buen rato
buscando qué es lo que tanto te gusta
de estas vistas, tan corrientes, que hay en mi ventana.
Creo que lo único que hago al mirar por la ventana
es preguntarme por qué
te gustaba tanto pasar ratos
observando el exterior invernal del que nos refugiábamos
mientras yo desprendía el calor de la primavera de Mayo,
suficiente, para aliviar nuestro gélido Enero...
Hay días que veo lo que hay a través de mi ventana
y te mando una foto adjunta a tus buenos días
para que esboces esa sonrisa nada más despertar
como cuando me sonreías a mí cuando volvías de mirar por la ventana.
Siempre he creído en (tu/la) magia
y creo que, realmente,
lo que hacías al mirar por la ventana
era comprobar que todo seguía su ritmo
que podías tumbarte un poquito más a mi lado.
Sólo comprobabas que el mundo seguía en pie,
que tu magia no era necesaria fuera, pero sí dentro.
Y, por ello, volvías a mi lado
a que te mimara, un ratito más
para tener magia para todo
lo que podía ser el día.
Aunque, quizás, sólo fantasee o te quiera más de la cuenta...
la verdad, es que no lo sé.
Sólo sé que espero impaciente a que vuelvas,
a que duermas de nuevo en casa
y mires por mi ventana
para dejar de hacerlo yo.